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Abril niña y primates

 Hoy es día de descanso, he tenido algunos días llenos de actividad; entre trámites de titulación a ritmo más lento de lo usual por la pandemia, trabajo que me desgasta mentalmente porque no me gusta y andar en bicicleta un poco más que lo que andaba en los últimos meses me tenía medio cansada y un poco desconectada de mí misma.  Sonó mi a alarma 7:00 am, la apagué, cerré los ojos y me volví a quedar dormida otra hora, medio dormida, medio despierta abrí los ojos y comencé a ver mi celular, mala costumbre que me quiero quitar, por cierto. De repente llegó a mi cabeza un recuerdo que ni siquiera sabía que seguía ahí: Cuando yo iba en primaria, no sé ni qué año, a mi papá le regalaron un montón de revistas National Geographic en inglés, él las llevó a casa y me las dio, diciendo que las leyera porque a mí me gustaba leer o las ocupara para cosas de la escuela. Ni las podía leer porque no sabía inglés pero las fotografías llamaban mucho la atención. Intentaba recrear las historias en mi c

Mirai

No tengo muchos recuerdos de mi infancia y siento que los pocos que albergo es porque alguien más me lo ha platicado; como cuando mi mamá me contaba que cuando comencé a ir a la escuela no le hablaba a nadie, si me juntaba con alguien a comer en el recreo era para comer, no para platicar, sólo hablaba cuando me lo ordenaban en la escuela. Pero no sé cómo tengo ese recuerdo, y tampoco sé cómo lo tiene ella, si no entraba a la escuela conmigo, no sabe lo que hacía, pero de una u otra forma le creo, porque es mi madre, ellas no mienten. Eso último también me lo enseñó ella.  Cuando pienso en todo eso me detengo, porque si dejo que siga pensando en ello entonces mi mente sigue y sigue hasta que se convence que todos mis recuerdos son falsos, inventados, creados o sólo un sueño que confundí con la realidad, luego me pregunto qué es real y qué no, entonces nada tiene sentido y esa sensación de vacío que se produce en mí no me gusta nada.  Pero algo sí creo que es cierto, mi infancia fue

Paseo diurno

Antonia se secó el sudor de la frente mientas se sentaba en la piedra que veía todos los días a la mitad de su viaje por la sierra, sacaba un poco de comida envuelta en una servilleta y veía el movimiento del sol tras las montañas, por un lado podía ver los arcos del sitio, del otro las luces de Tepotzotlán. Antonia vivía con su abuela a las faldas de aquel cerro, las dos cuidaban una de la otra, pero con el paso de los años ella crecía más y la abuela se jorobaba más. La vieja decía que cada vez se parecía más a su difunto esposo, que fue perdiendo estatura poco a poco, necesitando más cuidados de su parte. Él falleció unos años atrás, Antonia no lo recuerda, como tampoco recuerda a sus padres; todos vivían en el mismo lugar pero la familia fue muriendo poco a poco hasta que sólo quedaron las dos.  Antonia era de las pocas mujeres en edad fértil sin esposo ni hijos de la zona, no tardaban en comenzar a decirle la quedada , pero a ella no le importaba, sabía que con un esposo no

Refugio

Llego de trabajar después de mi turno de 8 horas, son las 7 am, sólo tengo ganas de dormir pues la jornada fue cansada, no pude sentarme durante ese tiempo, mi hora de comida se convirtió en darle mordidas a mi sandwich frío entre una tarea y otra. Sé que a esta hora no se puede dormir en casa; mis tres hermanos se levantan para desayunar e irse a la escuela, mi madre calienta el desayuno y se va a trabajar, mi padre ve a dejar a mis hermanos a la escuela y regresa a desayunar. En todo ese periodo de tiempo no es posible dormir por los gritos, la plática, el abrir y cerrar de las puertas de la casa, las uñas del perro corriendo por el pasillo, rascando las puertas y tratando de ir a la escuela junto con los niños.  No me queda más que llegar a darme un largo baño, llego a encerrarme, prendo la luz, con ella se prende el ventilador, que se convierte en ruido blanco, el cual oculta un poco el ajetreo mañanero, pongo música en mi celular, abro el agua de la ducha y comienzo a mojarme.

Ahora es tiempo de que te enteres

Ahora es tiempo de que te enteres: compartíamos espacio juntos, nos veíamos cada fin de semana cuando nos encontrábamos andando en bicicleta. De repente comenzaste a hablarme; sabía que eras amigo de mis amigos, entonces no tardé mucho en platicar contigo más a menudo.  A veces me invitabas a andar en bicicleta juntos, a veces me mandabas mensajes, hasta que un día comenzamos a salir. Dejé las cosas claras desde el principio: todo me cuesta trabajo, todo me da miedo, no quería volver a sentir lo que sentí antes, me pasa algo y lo expliqué; decidiste quedarte, dijiste que no había problema, que lo entendías. Pero en realidad nunca entendiste, me lo dijiste muchas veces: No entiendo por qué tanta depresión si lo tienes todo. Si yo lo entendiera no estaría en esta posición, no lo tengo todo, pero tampoco es como que deseo tenerlo. Tal vez a tus ojos lo es así, pero lo que sí poseo es un hoyo en la espalda, uno en la cabeza, otro en el estómago y otro en el corazón; eso no

Las cucarachas siempre sobreviven.

Cuando tenía trece años fui de vacaciones con mi familia a Veracruz, nuestro destino final era una pequeña playa al norte del estado, pero primero hicimos una pequeña parada en el puerto, para cenar y comer helado de mazapán. Recuerdo que hacía mucho calor, por eso traía puestas unas sandalias, un short corto y una blusa de tirantes. Estacionamos el carro, caminamos algunas calles para llegar a un conocido café, nuestros pasos nos llevaron por unas calles solas y poco iluminadas pues en las calles principales estaba prohibido estacionarse o no había espacio suficiente, cuando nos faltaban poca para llegar, iba cuidando mis pasos por la falta de luz, en uno de mis pasos sentí cómo algo se posó sobre uno de ellos, volteé rápidamente y había una cucaracha en mi pie. Corrí, grité un poco y me sacudí, fue un momento gracioso para los demás pero no para mí. Cenamos, tomamos café, luego fuimos por nuestro helado. 

Rutina mexiquense

Beep, beep, beep… Abro los ojos lentamente, me doy cuenta que lo que suena es mi alarma. Abro, cierro los ojos, doy un par de vueltas, busco el celular, apago la alarma. 5:40 am, no puedo mantener los ojos abiertos pero no me puedo permitir llegar tarde. Me levanto, aún con los ojos cerrados, camino al baño, cepillo mis dientes, abro la regadera, espero que el agua se caliente mientras me quito la pijama, tomo un baño corto pero que permite que despierte lo suficiente para mantener los ojos abiertos. Me seco, regreso a mi habitación, con una toalla cubriendo mi cuerpo y otra enrollada en mi cabello largo y castaño. Abro el closet y comienzo a pensar en qué me voy a poner, paso mis manos por todas las faldas y vestidos que tengo mientras recuerdo que mis piernas son prominentes, rozan cuando camino por un buen rato y también recuerdo que mi odisea diaria incluye hombres viendo fijamente a ellas. Entonces paso rápidamente a la sección de los pantalones de mezclilla, en su mayorí