Paseo diurno
Antonia se secó el sudor de la frente mientas se sentaba en la piedra que veía todos los días a la mitad de su viaje por la sierra, sacaba un poco de comida envuelta en una servilleta y veía el movimiento del sol tras las montañas, por un lado podía ver los arcos del sitio, del otro las luces de Tepotzotlán. Antonia vivía con su abuela a las faldas de aquel cerro, las dos cuidaban una de la otra, pero con el paso de los años ella crecía más y la abuela se jorobaba más. La vieja decía que cada vez se parecía más a su difunto esposo, que fue perdiendo estatura poco a poco, necesitando más cuidados de su parte. Él falleció unos años atrás, Antonia no lo recuerda, como tampoco recuerda a sus padres; todos vivían en el mismo lugar pero la familia fue muriendo poco a poco hasta que sólo quedaron las dos. Antonia era de las pocas mujeres en edad fértil sin esposo ni hijos de la zona, no tardaban en comenzar a decirle la quedada , pero a ella no le importaba, sabía que con un esposo no