Paseo diurno

Antonia se secó el sudor de la frente mientas se sentaba en la piedra que veía todos los días a la mitad de su viaje por la sierra, sacaba un poco de comida envuelta en una servilleta y veía el movimiento del sol tras las montañas, por un lado podía ver los arcos del sitio, del otro las luces de Tepotzotlán.

Antonia vivía con su abuela a las faldas de aquel cerro, las dos cuidaban una de la otra, pero con el paso de los años ella crecía más y la abuela se jorobaba más. La vieja decía que cada vez se parecía más a su difunto esposo, que fue perdiendo estatura poco a poco, necesitando más cuidados de su parte. Él falleció unos años atrás, Antonia no lo recuerda, como tampoco recuerda a sus padres; todos vivían en el mismo lugar pero la familia fue muriendo poco a poco hasta que sólo quedaron las dos. 

Antonia era de las pocas mujeres en edad fértil sin esposo ni hijos de la zona, no tardaban en comenzar a decirle la quedada, pero a ella no le importaba, sabía que con un esposo no podría cuidar de la abuela ni seguirle el ritmo en sus paseos diurnos donde solía regresar con las faldas llenas de lodo y espinas.

La abuela ya no escuchaba bien, la gente del pueblo le llevaba comida y ropa de vez en cuando porque pensaban que Antonia era una inútil, pero eso no era así. Aunque ella agradecía la ayuda, sabía que la gente lo hacía para poder casar a alguno de sus hijos con ella y así poder quedarse con esas tierras cuando la vieja muriera. 

Por ello la chica se alejaba del pueblo, no le importaban esas reglas tontas, a veces subía al cerro y veía a lo lejos los arcos, alguna vez un señor del pueblo le contó que se llamaban así porque una vez sitiaron a Maximiliano en la hacienda de Xalpa hace muchos, muchos años. Ella no sabía qué significaba sitiar pero le gustaba imaginar que ahí vivió el emperador con su hermosa esposa por mucho, mucho tiempo, hasta que murieron de viejos, así le gustaría que muriera la abuela y no en esa pequeña cabaña en la que hace mucho frío en invierno. 

Esa historia siempre le recuerda a Antonia que tiene que cortar leña para no pasar frío, por eso comenzó a subir al cerro, para ver dónde había árboles más grandes, ahí se enamoró de la Sierra, de la sensación y el cansancio de subir por grandes cuestas, ahí se imaginó la vida de Maximiliano y su esposa, aprendió a caminar en silencio para no espantar a los coyotes, que eran sus amigos, ni a los pájaros, ni a los peces del riachuelo que bajaba del cerro y se enriquecía en época de lluvia. 


Esta recopilación participa en el Reto anual: 12 meses 12 Relatos 2020 organizado por De aquí y de allá by TanitBenNajash. Ver aquí 

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